7 de marzo de 2014

Adelanto de "Written in My Own Heart's Blood" (Octavo Libro)



La publicación original fue puesta en la página web de Diana Gabaldon en el año 2011. Creímos que sería útil tenerla aquí también.

Traducción: Patricia Ransom

«(Recordad que al final de Ecos del Pasado, dejamos a Roger embarcado en una aventura a través de las piedras para encontrar a su hijo Jem, el cual creía que había sido llevado al pasado. Desde Craigh na Dun, Roger va inmediatamente a Lallybroch, pensando que si Jem había logrado escapar de su captor se dirigiría a casa).

Su corazón se alegró a pesar de su ansiedad cuando llegó a lo alto de la cima y vio Lallybroch más abajo, con sus edificios blancos brillando con la luz mortecina. Todo se veía tranquilo ante él; las últimas coles y nabos en filas ordenadas dentro de las paredes del huerto, a salvo del pastoreo de las ovejas, en ese momento había un pequeño rebaño en la pradera, ya tumbadas para pasar la noche como un montón de huevos lanudos en una cesta de brillante hierba verde, como la cesta de Pascua de un niño.

El pensamiento hizo que se le formara un nudo en la garganta, con el recuerdo de la horrible hierba de celofán que se ponía por todas partes; Mandy con su cara- y en toda su pequeña estatura- embadurnada de chocolate, Jem escribiendo cuidadosamente “papá” en un huevo duro con una pintura blanca, y frunciendo el ceño ante la gran gama de tazas con colores, intentando decidir cuál le gustaría más a papá, si el azul o el morado.

“!Señor, que esté aquí!” murmuró en voz baja, y se apresuró por el camino lleno de baches, medio resbalándose por las piedras sueltas.

El patio de entrada estaba limpio y ordenado, el gran rosal amarillo podado para el invierno y el escalón de la entrada barrido. Tuvo la idea repentina de que sería tan sencillo como abrir la puerta y entrar y se vería en su propio vestíbulo, con las diminutas botas de agua rojas de Mandy tiradas desordenadamente bajo el perchero, donde colgaba la impresentable trenca de Brianna, con una capa de barro y oliendo a su dueña, jabón y perfume y el tenue olor de su maternidad: leche agria, pan fresco y mantequilla de cacahuete.

“Maldita sea” murmuró “vas a llorar en la entrada, adelante” Golpeó la puerta, y un enorme perro se acercó al galope por la esquina de la casa, aullando como el maldito sabueso de los Baskervilles. Se deslizó hasta detenerse frente a él, pero siguió ladrando, moviendo su enorme cabeza de un lado a otro como una serpiente, con las orejas alerta por si llegara a realizar un paso en falso devorarlo con la conciencia tranquila.

Él no se arriesgó, se había pegado contra la puerta en el momento que apareció el perro y empezó a gritar “!Ayuda! ¡Llamen a su animal!”

Oyó pasos en el interior, y un instante después, la puerta se abrió, casi tirándolo dentro del hall.

“Silencio, perro” dijo un hombre moreno en tono de autoridad “Entre señor y no se preocupe por él. No le comerá, ya ha cenado.”

“Me alegra oír eso, señor, y gracias por su hospitalidad” Roger se quitó el sombrero y siguió al hombre a través de las sombras del hall. Era su propio hall, las baldosas del suelo eran las mismas, aunque no tan desgastadas, el revestimiento de madera oscuro pulido brillaba con las velas. Había un perchero en la esquina, aunque por supuesto diferente al suyo, éste era una pieza resistente de hierro forjado, lo que era bueno ya que estaba cargado de una gran cantidad de chaquetas, chales, capas y sombreros que hubieran volcado un mueble más endeble.

Sonrió, aunque luego se detuvo sintiendo como si le hubieran dado un puñetazo en el pecho.

Los paneles de madera de detrás del perchero brillaban limpios, sin manchas. Sin rastro de los tajos de sable que habían hecho los casacas rojas, buscando al señor de Lallybroch, poscrito después de Culloden. Esas piezas habían sido conservadas cuidadosamente durante siglos, todavía seguían allí, oscurecidas por el tiempo pero todavía visibles cuándo había tomado posesión- o poseyera, se corrigió mecánicamente, este lugar.

“Lo conservaremos así par los niños” Bree había citado a su tío Ian diciendo “Les diremos: “Esto es lo que son los ingleses.”

No tenía tiempo para hacer frente a tal conmoción, el hombre moreno había cerrado la puerta con un advertencia en gaélico al perro, y ahora se volvió hacia él, sonriendo.

“Bienvenido, señor ¿cenará con nosotros? La muchacha ya casi tiene la cena lista.”

“Sí, lo haré, y muchas gracias” Roger se inclinó ligeramente, intentando recordar sus modales del siglo XVIII. “Yo…. Mi nombre es Roger Mackenzie. De Lochalsh” añadió, ya que ningún hombre respetable omite señalar sus orígenes, y Lochalsh se encontraba lo suficientemente lejos del alcance de este hombre…. ¿quién era? No tenía el porte de un sirviente- conociendo sus habitantes cualquier detalle le era lejano.

Hubiera deseado que la respuesta inmediata fuera “¿Mackenzie? ¡Usted debe ser el padre del pequeño Jem” pero no fue ésta sin embargo; el hombre le devolvió la reverencia y le tendió la mano.



“Brian Fraser de Lallybroch, a su servicio, señor.”

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